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Simone Biles: La salud mental en el primer lugar del podio

Por: Universidad César Vallejo
Enero 22 de 2022
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El 2020 y el 2021 seguramente van a ser recordados como los años que más concentraron temores, reflexiones, investigaciones e iniciativas médicas sobre la salud mental, más que en ningún otro momento en lo que va del presente siglo. Los largos aislamientos y confinamientos por la pandemia, la propia psicosis y ansiedad en cadena por el coronavirus y sus variantes y la tensión social en la que vivimos hoy, han hecho más evidente y urgente la atención de la salud mental. Inclusive el retiro por decisión propia en la competencia olímpica de Tokio de la gimnasta estadounidense Simone Biles, en la final por equipos, a causa de una desconexión entre su mente y su cuerpo, marca una señal muy fuerte en el firmamento de la comunidad deportiva mundial, respecto de que hay circunstancias en las que hay que sacrificar medallas, honores y gloria. Si debemos reivindicar la salud en general, es hora de que la salud mental, como parte de ella, ocupe la prioridad que le corresponde.   Para hablar en términos olímpicos, la gimnasta estadounidense Simone Biles nos dió un ejemplo muy claro e impactante de cómo la sociedad mundial, incluyendo gobiernos y estados, no deben saltarse a la garrocha la salud mental, es decir, no deben dejarla por debajo de otras cosas, cuando debiera ser, en muchísimos casos, una prioridad de prioridades.   ¿Cuál es, en esencia, la lección que nos dió el año pasado Simone Biles? Que como seres humanos no solo tenemos que ser conscientes de nuestras limitaciones, reconociéndolas y valorándolas, sino que tampoco tenemos, dadas ciertas circunstancias como la de ganar una medalla olímpica o establecer un nuevo récord mundial, arriesgar un sobre esfuerzo físico o mental que podría atentar contra nuestra propia salud y, si fuere lo peor, contra nuestra propia vida.   Biles, triunfadora de las Olimpiadas de Río de Janeiro, fue precisamente consciente, en la edición de Tokio de este año, que no podía ir más allá de lo que ella misma y su organización sabían, responsablemente. De ahí que habiendo ya ganado la medalla de bronce en barra de equilibrio (que es todo lo que podía hacer a plenitud) pensó que ya no habría lugar en ella para más piruetas en el aire y que, como ser humano, más que como deportista, debía poner en la balanza su salud y su carrera deportiva y optar, naturalmente, al costo que sea, por la primera.   Gran elección y gran lección las de Simone Biles, lo cual nos traslada a otra reflexión de fondo, sin apartarnos del tema central, que es la salud mental.   Se trata de pensar en la necesidad de conocernos y educarnos mejor sobre nuestras limitaciones personales, profesionales y competitivas. Conocer y educarnos mejor sobre las líneas verde, ámbar y roja de lo deseable y lo posible. Cuántas horas dedicamos al trabajo, cuántas otras al descanso y cuántas a la familia. El peligro radica cuando en este ir y venir de los esfuerzos y sobreesfuerzos y de la lucha diaria por alcanzar metas y objetivos determinados sobrevienen desequilibrios y shocks muy fuertes que van a afectar principalmente la salud mental.   Frecuentemente se nos pasa por alto, como los saltos a garrocha, aquello venido de la Grecia antigua: “mente sana en cuerpo sano”. Nada complejo de entender ni de llevar a la práctica. Sin embargo, alrededor de esta frase sabia, el mundo entero se vuelca cada día a una desenfrenada carrera contra sí mismo, afectando su calidad de vida, arriesgando su salud mental y física, y, y por si fuera poco, contribuyendo, voluntaria o involuntariamente, a dañar el planeta en el que habitamos.   Necesitamos que con los buenos ejemplos a seguir y los malos ejemplos a descartar, la salud mental llegue por fin a instalarse en el corazón de las personas, como una noble causa en su propia defensa, y en el corazón de las políticas públicas, como una urgente prioridad, para evitar lo que ya estamos viendo: espacios laborales, educativos y sociales cargados de estrés, ansiedad e insomnio cíclico. Nuestras propias urbes vulnerables se van convirtiendo también en urbes neuróticas, llenas de miedo e inseguridad.       La atención primaria de salud, allí donde vaya, desde un puesto distrital hasta un puesto regional o nacional, debe y tiene que incluir servicios eficientes de salud mental. Igualmente en colegios, universidades y centros laborales.   La salud mental debe y tiene que ser también un requisito fundamental, en una escala más amplia, para la admisión a muchos cargos y responsabilidades en la función pública y privada, bajo consideraciones de rigor preestablecidas.   Volviendo pues a la metáfora inicial, hagamos todos, gobernantes y gobernados, el gran esfuerzo de no saltarnos a la garrocha la salud mental, reivindicándola amplia y decididamente, de manera que podamos aprovecharla en su verdadera dimensión y convertirla en un modo de vida cercano, cotidiano y frecuente.   En el Perú hemos comenzado a tomar conciencia del problema, más no estamos haciendo lo que debiera hacerse: que la salud mental pase a convertirse, ¡ya!, en una política pública, con presupuesto, atención y seguimiento permanente.    
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