No hay ninguna duda de que el cambio permanente, que ha sido una constante de la historia humana, se ha acelerado en los últimos años con la aparición y desarrollo de Internet, como marco, y la pandemia, como catalizador.
Este cambio se ha manifestado en todos los ámbitos, desde el doméstico al profesional, desde lo lúdico a lo laboral, y ha tenido una particular incidencia en la educación. Es sobre estos cambios que quiero reflexionar en las líneas que siguen.
Lo que un niño que comienza sus estudios, o lo que un adolescente que se acerca al momento en el que tiene que decidir qué hacer con su futuro, necesita saber para desenvolverse en la sociedad es infinitamente más de lo que necesitaron generaciones anteriores.
Ese cambio no es solo cuantitativo, sino también cualitativo: necesita saber “otras” cosas. Por esta razón, los docentes se ven obligados a decidir, no siempre con las herramientas adecuadas, sobre qué contenidos que se venían impartiendo ya no son necesarios, cuáles ayudaban a adquirir competencias que siguen siendo válidas, qué nuevos contenidos incorporar y qué metodología didáctica aplicar.
Pero, además, tiene que hacerlo en un mundo –el de las nuevas tecnologías– que continúa siendo hostil para los docentes o nativos analógicos, y no para los estudiantes o nativos digitales que parecen haber nacido con un teléfono inteligente entre las manos. Ese entorno tecnológico será en el que se desarrolle una parte de la actividad docente y sin duda en el que los estudiantes adquirirán, muchas veces sin el más mínimo espíritu crítico, el grueso de su información.
El último de los actores en escena es la expansión de la inteligencia artificial y su enorme capacidad de producir textos, imágenes, música, etc. Sin duda es un apoyo importante en el desarrollo del conocimiento, pero también puede ser un inconveniente en la medida en que no fomente en ellos capacidades imprescindibles para su desarrollo.
Pues bien, nada de esto va a desplazar a los buenos profesores, pero sí a los que no lo sean y ese efecto beneficiará a los alumnos. Urge, por tanto, acometer esa actualización, desarrollar en los profesores capacidades de investigación que les permitan interpretar correctamente las necesidades de sus estudiantes, aprovechar estos medios virtuales para desarrollar estrategias didácticas y pedagógicas adecuadas y, además, transferir a los alumnos el interés por la investigación, estimular su curiosidad y conocer los métodos que conducen a una investigación rigurosa que se plasme en trabajos científicos de utilidad social.
A esto viene a dar respuesta la iniciativa de la Universidad César Vallejo que, en su programa de Segunda Espacialidad, ofrece a los profesores la posibilidad de formarse en Didáctica de la Investigación en Entornos Virtuales que, sin ninguna duda, tendrá una importante repercusión en la enseñanza y, a través de ella, en la sociedad peruana.
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