En una sociedad donde la prisa, el consumismo y la competitividad por alcanzar un mejor estatus se han convertido en el pan de cada día, se hace cada vez más necesario volver la mirada hacia el otro como parte de esta comunidad que es el planeta donde convivimos. Y si compartimos este espacio común, ¿por qué resulta tan difícil pensar en comunidad? ¿Por qué el individualismo tiene más fuerza que las acciones colectivas?
La educación y el desarrollo
La educación como ciencia social tiene como objeto de estudio al hombre como individuo y como ser social, por lo tanto, resulta imperante mirar la esencia del ser humano en la relación que puede construir consigo mismo y recién, a partir de ello, proyectarse a la relación que puede construir con los demás, a las interacciones que surgen y dan lugar a la comunidad como una común unidad.
El sentido de comunidad donde se desenvuelve el hombre implica que se conozca primero a sí mismo y, a partir de ahí, logre proyectarse al conocimiento del otro. Entonces, podemos sostener la idea de que cuanto mejor nos conozcamos a nosotros mismos, estaremos en mejor condición de conocer al ser humano con quien convivimos cada instante, en cada espacio donde nos desenvolvemos.
¿Cuál será la responsabilidad que tiene la educación en este proceso de conocimiento y proyección hacia la construcción de una comunidad ideal? ¿Bastará con la construcción del conocimiento para conseguir esta comunidad?
La mirada tradicional de la educación ha estado orientada a la “adquisición de conocimientos”. Una mirada más contemporánea se refiere a la “construcción de conocimientos”, pero mientras las construcciones se edifiquen sobre cimientos débiles siempre correrán el riesgo de desmoronarse; por esta razón es imperioso enfocarnos en el ser humano como la base para una edificación positiva. Pero, ¿qué queremos construir? Una comunidad diferente, una ciudadanía activa, participativa, responsable, ética, con una mirada que humanice la educación y todos sus actos y, como consecuencia, que humanice todo lo que de ella se derive. En suma, humanizando la mirada del hombre estaremos humanizando todo lo que venga de este.
Desde aspectos más contemporáneos, la educación se ha venido centrando en el trabajo en equipo, en el rol del individuo dentro del grupo, y no es novedad que para que un individuo se desenvuelva de manera efectiva dentro del grupo debe aprender a desarrollar interacciones positivas. Ello implica reconocer a la otra persona con la que se encuentra trabajando, conocer sus emociones, esforzarse por establecer lazos positivos y aprender a asumir metas comunes, que son algunas de las habilidades que debería desarrollar el individuo en grupo.
Sin embargo, en la realidad nos encontramos con interacciones forzadas donde cada individuo resulta ser una unidad dentro del grupo, sin tener en cuenta, la mayoría de las veces, el objetivo común que los empuja y, además, pareciera que cada uno está empeñado en correr su propia carrera para llegar a la meta y obtener la recompensa deseada. Del mismo modo, dentro de lo que es el sistema, el propio docente está empeñado más en el producto que en el proceso y todas las interacciones positivas que se dan en la construcción del mismo. Ocurre que nos encontramos ante una competencia de individualidades y no ante el complemento de las mismas. Esto como parte de las demandas del sistema que poco a poco se han ido convirtiendo en generador de evidencias administrativas, en vez de generar experiencias significativas que propicien el cambio.
La acción educativa se concreta en la interacción de las personas que forman parte de este acto, que implica relacionarnos unos con otros, involucrarnos, responsabilizarnos no solamente por nosotros mismos sino por la comunidad de personas, deconstruirnos para construirnos cotidianamente a partir de la interacción con el otro y, de ese modo, crecer juntos para alcanzar ideales comunes.
En palabras del filósofo contemporáneo Salvatore Puleda: “Tal vez, sea el momento de reflexionar seriamente sobre el cambio del mundo y de nosotros mismos”. Desde la educación estamos llamados a generar ese cambio, partiendo del cambio a nivel personal. De allí, la importancia de impregnar de una mirada más humana el sistema y cada uno de sus componentes.