La noticia de la muerte del papa Francisco, a sus 88 años, marcó un hecho trascendental no solo para la Iglesia católica, sino también para la historia contemporánea. Su figura fue un faro en medio de las tensiones globales y un punto de referencia para los católicos y muchas otras personas en el mundo. Desde su elección en 2013, Jorge Mario Bergoglio fue el líder espiritual de más de mil millones de católicos, además, de ser un símbolo de renovación y solidaridad con los más necesitados.
El papa Francisco nos deja una huella profunda por sus posturas doctrinales y su capacidad de conectar con las realidades más humanas y cotidianas. Su papado se caracterizó por una cercanía sin precedentes con la gente común, los marginados, y por una postura firme frente a los grandes problemas sociales, económicos y ecológicos.
Su mensaje de “una Iglesia pobre para los pobres” no fue solo una consigna, sino también una visión que se reflejaba en su vida diaria y en sus decisiones al interior del Vaticano. La humildad fue una de sus características más destacadas: desde su decisión de vivir en la Casa Santa Marta hasta su renuncia a los lujos tradicionales del papado y a su sueldo. Francisco no buscó el poder ni la riqueza; él buscó servir a los demás. Incluso, dejó el mundo terrenal con un patrimonio personal de 100 dólares.
Su enfoque se basó en la justicia social, la misericordia y el diálogo interreligioso. Francisco defendió a los pobres y los marginados, y abogó por una Iglesia “pobre para los pobres”. A través de su encíclica Laudato si’, instó a una acción urgente frente a la crisis ecológica, subrayando la importancia de cuidar nuestro planeta como una responsabilidad compartida.
El papa también fue un líder reformista al interior de la Iglesia, enfrentando el escándalo de los abusos sexuales con determinación y buscando una mayor transparencia en la administración del Vaticano. Tal es así que, en el 2025, forzó el retiro de Juan Luis Cipriani, cardenal del Perú durante 25 años, y lo obligó a exiliarse fuera del país y a no vestir hábitos cardenalicios. Pese a las críticas, su papado fue un llamado a la renovación y a la necesidad de una Iglesia más inclusiva, dialogante y comprometida con la paz.
Su muerte no es solo el fin de un pontificado. Vamos a recordar su figura como un hombre profundamente humano, con sus virtudes y debilidades. Fue un líder que nunca perdió contacto con la realidad de la vida diaria de las personas, escuchó las necesidades de los más vulnerables y se enfrentó a desafíos internos dentro de la propia Iglesia. La forma en que navegó esos momentos difíciles, buscando siempre la sanación y el perdón, nos deja una marca imborrable.
En un mundo cada vez más dividido, el papa Francisco demostró que el liderazgo basado en la humildad, la misericordia y la justicia sigue siendo relevante y necesario. Su legado será difícil de superar. La Iglesia que deja atrás está más abierta al diálogo y a la modernidad. La elección de su sucesor tendrá consigo una gran responsabilidad: mantener el legado de un papa que entendió que el cambio es una necesidad, no una opción.