Siempre ha existido y existirá la voluntad de dar cuentas a alguien por nuestras acciones, por eso cuando hacemos algo malo, sentimos que le hemos fallado a alguien, sentimos un vacío, hay necesidad de pedir disculpas o de ser comprendido. Pero cuando dar cuenta se vuelve una especie de control, se convierte en una obligación, una carga y, en algunos casos, las personas muestran indiferencia, se vuelven reacios, porque hay cosas que hacemos y no queremos que los demás se enteren; sin embargo, no nos damos cuenta de que esto muchas veces nos permite hacer las cosas bien.
Recuerdo que cuando era niño, regresaba de la escuela y mi padre me preguntaba: ¿Hijo, qué hicieron hoy? Yo empezaba a contarle, pero obviando ciertas partes, no le decía que me había peleado con un compañero, no le contaba que por no hacer la tarea me había ganado un cero, porque creía que me iba a regañar. Así sucede en la administración pública. De pronto aparece el Estado y crea un mecanismo para rendir cuentas, pues tiene muchos “hijos” que no se abastece hablarles personalmente. ¿Qué hacemos nosotros? Empezamos a contar, pero solo la parte linda, hice esto, lo otro y aquello; sin embargo, tenemos miedo de informar todo y de decir que, en dicha entidad, hay personas deficientes, que algunos pagos se han atrasado o que en la ejecución de una obra se perdieron algunos millones.
Cuando esto sucede, se hace creer a los demás que todo marcha color de rosa, que la administración de una institución anda viento en popa, que los bienes y recursos del Estado están siendo utilizados teniendo en cuenta los principios y lineamientos del control gubernamental; cuando en realidad no lo es. Es hora de tomar conciencia sobre aquello que hacemos. Muchas veces se muestra una realidad abstracta, una gestión fingida, una fachada bonita que oculta un vacío dentro de una entidad. Un vacío que podemos llamar corrupción, malos manejos administrativos o malversación de fondos, donde los peces de dientes grandes comen las rebanadas significativas a costa de los demás. Es hora del cambio, seguramente estas palabras usted ya las escuchó y no solo una vez, sino varias veces. No puedo dejar de decirlas, porque a veces necesitamos que alguien nos mencione una y otra vez la misma cosa para poder tomar la firme decisión de cambiar.
El Perú necesita el apoyo de todos para seguir mejorando su gestión. Nuestro país necesita tener una gobernabilidad sólida y sostenida. Esto se logra con esfuerzo y bien común, con transparencia, dándole el cauce normal y correcto a los bienes y recursos del Estado, tomando en cuenta que el Perú es de todos y quedará las nuevas generaciones. La batalla no la ganan los más fuertes, ni la carrera los más veloces. En estos días en que vivimos nos hemos convertido en inmediatistas, queremos todo rápido, cumplir muchas veces con el plan anual, con nuestro cronograma de actividades, no nos damos cuenta que en la vida el que mucho corre se cansa rápido, y las fuerzas no alcanzan para la segunda vuelta. No estoy diciendo con esto que no cumplas tus objetivos, que tu plan anual no importa, que si quieres lo hagas. ¡No, eso no!
Lo importante es no correr sin saber para dónde vas. Si algo hiciste mal, pues reconócelo. Tienes que decir siempre la verdad por muy dolorosa que esta sea, tienes que saber que, cuando piensas que nadie te ve, hay alguien que lo está haciendo. Que delante de él no hay nada oculto, que él tiene contados todos tus cabellos y ni una hoja de árbol cae si no es por su poder. Al rendir cuentas, damos información, decimos cómo se hizo tal o cual acción, por qué se hizo, para beneficio de quién o quiénes. Justificar nuestros actos y aceptar con paciencia y responsabilidad nuestra falta de deber, eso es rendición de cuentas. El hecho de rendir cuentas también involucra castigo. Y el castigo a nadie le gusta. A todos nos gusta ser premiados, ser reconocidos en la entidad, recibir honores, ser aplaudidos, etc. Así como somos premiados por nuestras buenas acciones, debemos aceptar con firmeza y valentía las consecuencias de nuestros actos.
Nuestro país necesita de hombres y mujeres valientes, dispuestos a dar su vida por su patria. No estoy hablando de héroes ciegos y cobardes, sino de hombres y mujeres que con sus actos digan: seremos fieles, aunque la muerte sea el costo de nuestra actitud.
La idea de la rendición de cuentas en nuestro país es controlar el poder político, que se está convirtiendo en una mafia de ambiciones, en un medio para lucrarse, en una opción para satisfacer los deseos adquisitivos, que muchas veces es la ruina de nuestro éxito. Mucha gente solo utiliza el poder con la finalidad de que los demás lo idolatren, que la gente que le dio el poder se incline ante él. En realidad, ellos son los que están sujetos a las críticas y observaciones que, bien conducidas, son un arma letal para la superación profesional.
En conclusión, la rendición de cuentas no sería necesaria si todo se hiciera con el debido orden, la responsabilidad, con transparencia y compromiso. Olvida lo mencionado anteriormente si gustas, pero hay algo que tienes que recordar toda tu vida, es que la carrera no la ganan los más veloces, ni la guerra los que tienen mejores armamentos, solo hay que perseverar y ser fieles hasta la muerte. Depende de todos que nuestro país pueda mejorar, para que la rendición de cuentas no sea un mero medio para esconder los errores, sino de un efectivo medio de control. El orden, la eficiencia, la fidelidad y la economía deben caracterizarnos, luchemos todos por un país sólido y confiable, por un país donde los que exigen rendir cuentas sean los que lleven muy alto el estandarte de la verdad.