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La guerra Rusia-Ucrania: políticas y consecuencias

Por: Universidad César Vallejo
Mayo 05 de 2022
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La globalización es un fenómeno que articula al mundo como las manijas de un gran reloj, todo se mueve alrededor de ella. Después de la Segunda Guerra Mundial, la geografía del mundo cambió radicalmente con sus consecuencias políticas, sociales y económicas. El destino de la humanidad, como corresponde a los tiempos modernos, tiende a moverse como pieza clave dentro de un gigantesco tablero de ajedrez.  Los bloques que luchan por su predominancia geopolítica y económica, antes y después de la denominada Guerra Fría, como los países ubicados dentro o fuera de la cortina de hierro, no siempre establecieron consensos en su marcha por la historia. Europa, América y el Asia contemporánea siempre fueron los escenarios obligados para su tránsito y evolución. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyos Estados miembros la han consolidado como un bloque sólido, al extremo de expandirse gradualmente hacia el este de Europa (Polonia, Lituania, Letonia y Estonia), provoca más de una preocupación, sobre todo al Kremlin, que tras soportar la corriente separatista de los estados confederados de Georgia y Chechenia, que la hicieron poderosa, no renuncia a su posición de liderazgo en el mundo, parapetado en la Federación de Rusia, siempre dispuesta al recobro y dominio de sus disidentes. Rusia ha puesto en marcha operaciones especiales y bombardeos en la frontera de ambas naciones aduciendo su oposición a que Ucrania se inserte en la OTAN, por constituir un peligroso corredor fronterizo y poner en riesgo su posición estratégica y militar. Sin embargo, en contraposición, envía “tanques y tropas de paz para proteger a las regiones separatistas de Donetsk y Luhansk, territorios rebeldes e insertos dentro del ámbito de Ucrania. Todo ello configura un escenario bélico de proporciones; una telaraña peligrosa que acarreará consecuencias impredecibles. Políticas públicas   Nuestro país, como el resto de Latinoamérica, expresa su profunda preocupación por la ruptura de la paz y la seguridad mundial pues considera que ambos aspectos son un imperativo de las naciones del mundo civilizado. Los acontecimientos en Europa nos exigen abogar por el cese del conflicto, rechazar el uso de la fuerza, condenar la muerte de civiles, luchar por la unión de las naciones y exigir la aplicación de medidas diplomáticas efectivas que logren su solución. En esta hora, invertir en armas, balas y municiones es un insulto para los grandes sectores desprotegidos dispersos en el mundo, afectos a la desigualdad, el hambre, las enfermedades como la pandemia, que castigan a la humanidad y absorben nuestras mayores preocupaciones. Se ha convocado a los directores consulares de los países sudamericanos para articular acciones conjuntas de protección y asistencia a sus connacionales. Como en toda lucha, las consecuencias las sufrimos todos, pues no podríamos desligarnos de la dinámica comercial y financiera del planeta. La Unión Europea hace sentir su peso ante la inestabilidad y el peligro de ese continente a través de la aplicación de paquetes de sanciones económicas para disuadir al invasor ruso. El escenario bélico interrumpe la producción de productos básicos; el mercado internacional entra en crisis por el incremento y volatilidad de los precios del petróleo, trigo, maíz y cereales, cuya influencia recae directamente en el coste ascendente e inusual del transporte y los alimentos, lo cual afecta de manera ostensible nuestras exportaciones. Las guerras modernas, al margen de su focalización e involucrados, además de las olas de destrucción y muerte que generan, rompen las trincheras de la tranquilidad y amenazan con llevarnos a una pugna abierta e intercontinental, tocadas, como en este caso, por la imposibilidad de las negociaciones.  Los rusos atacan y exigen garantías para su área de seguridad natural, en defensa de su proyección económica y militar en el globo terráqueo. Las economías desarrolladas como EE. UU. y la Unión Europea, ante la agresión y el desequilibrio comercial y financiero, imponen sanciones al pueblo ruso, lo que hace inminente su default en el mercado financiero, y cuyos efectos se expandirán como hongo nuclear que afectará la marcha económica de americanos, europeos, asiáticos, rusos, etc. La inflación, a pesar de ser un mal crónico en Latinoamérica, es un bebé de guerra peligroso, que al rebasar sus anclas nominales produce un efecto devastador y acrecienta sus tentáculos sobre el horroroso escenario bélico que la alimenta. La amenaza de transformarse de fenómeno transitorio en estructural ralentiza las cadenas de producción, las carteras de inversión y la liquidez de los sistemas financieros. No terminamos de superar el impacto de la pandemia y sus efectos nefastos amenazan ya la salud y la educación de las nuevas generaciones. Ante sí comprobamos que los indicadores económicos son preocupantes. El flujo inflacionario interanual tiende a subir en los próximos meses por encima del límite superior del rango meta (3.4 %). En tanto dure la conflagración sentiremos su aceleración catastrófica, traducida en el mayor costo de los productos de primera necesidad, transporte, medicinas, etc. lo cual impacta con mayor dureza en la población desprotegida y vulnerable.  Normalizar las relaciones con Europa del Este tomará tiempo. Las potencias que luchan por su hegemonía desestiman la paz como antídoto contra la guerra, pues predominan sus intereses geopolíticos y macroeconómicos. Abogamos por detener la guerra e instaurar un clima de entendimiento entre los países.  Las tratativas diplomáticas de los organismos internacionales, entre ellas la ONU, OTAN, UE y la Federación Rusa, deben garantizarnos sin ambages ponderación y eficacia, como el aval de un futuro mejor, pues son ellos los llamados a prevenir, contener y arbitrar todo acto que nos divida o enfrente peligrosamente y, sobre todo, amenace la existencia de la humanidad.
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