La marinera debe su nombre a Abelardo Gamarra Rondó, escritor peruano que la denominó así tras la guerra con Chile en 1879, en honor a la Marina de Guerra del Perú y las proezas de don Miguel María Grau Seminario.
El Congreso de la República declaró el 7 de octubre como “Día de la Marinera” en conmemoración al natalicio de don Augusto Áscuez Villanueva, uno de los principales intérpretes de este género. Esta danza es una manifestación viva del folclore nacional que se generó como producto del proceso cultural peruano que simboliza el coqueteo y cortejo elegante de una pareja. Es una tradición de la costa norte del país, siendo consideradas, el 30 de enero de 1986, como Patrimonio Cultural de la Nación, a las formas coreográficas y musicales en sus diversas variedades regionales, bajo Resolución Suprema 022-86-ED.
A pesar de las diferencias regionales, la marinera es un símbolo de unidad social y tiene parentesco con otras danzas de música y coreografía afín, como el baile a tierra o golpe a tierra, que se cultiva en Lambayeque. Asimismo, es innegable su parecido con otras expresiones musicales como el tondero e, igualmente, su relación con la antigua danza indígena de la pava, cuya memoria aún perdura entre Lambayeque, Piura y Tumbes; y que imita el cortejo a la pareja que hacen tales aves.
La vestimenta, en el caso del varón, lleva un terno cuyo color puede variar: una camisa de color blanco, zapatos negros, añadiéndose a todo ello una faja, un pañuelo y un sombrero de vuelo ancho. En el caso de la dama, usa una falda larga plizada con mucho vuelo que se coloca sobre una enagua y una blusa con blondas o bordados de color; lleva también trenzas adornadas con flores, un pañuelo en la mano y va descalza.
Su coreografía transmite diversas emociones al público y sus danzantes lo ejecutan con ritmo y estilo. La marinera está compuesta por diversos movimientos y expresiones corporales y faciales. Actualmente, la marinera se enseña en escuelas en todo el país, transmitiendo arte e identidad nacional a base de ritmo, elegancia, vigor, picardía y galantería, lo que garantiza, en parte, que las generaciones futuras sigan apreciando y compartiendo esta cultura popular.
¡Trujillana, sí señor!
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