Cada mañana vemos a la volada los titulares de los diarios colgados en los quioscos. Son las mismas noticias que vimos por televisión temprano mientras desayunábamos, similares a las que vimos la noche anterior y serán parecidas a las que veremos esta noche. Si nos detenemos a pensarlo un momento, notaremos que son parecidas a las que se vienen sucediendo desde el 2016, en la que han pasado 6 presidentes en nuestro país. Recordemos algunas:
- Se ha perdido el monopolio legítimo del resguardo contra la violencia, es decir, el Estado es incapaz de dar seguridad y protección a sus ciudadanos. Las bandas criminales organizadas operan a diestra y siniestra ante la inacción de la policía, de jueces y fiscales, de congresistas y del Gobierno.
- El Estado es incapaz de satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos como la construcción y mantenimiento de carreteras, caminos y puentes, acceso a redes de agua potable y alcantarillado, servicio integral de salud, construcción e implementación de colegios.
- Una ausencia de la institucionalidad que representa al Estado. Dentro y fuera de las fronteras se percibe un desconocimiento al Gobierno de turno, sumando altos niveles de corrupción en los políticos que cuidan sus propios intereses dando la espalda a los ciudadanos.
- Presencia de altos niveles de criminalidad, bandas delincuenciales bien organizadas operando con total impunidad en las ciudades, donde el asalto a mano armada, pago de cupos extorsivos, asesinatos, sicariato y secuestro han tomado otros matices también con la presencia de delincuentes extranjeros. Una total inseguridad ciudadana.
- Incapacidad para respuesta inmediata ante desastres naturales como los cambios climáticos que fueron producto del ciclón Yaku y los efectos del fenómeno de El Niño Costero que causan escasez de alimentos, productos de primera necesidad, falta de agua corriente, entre otros.
- Un flujo migratorio descontrolado en la frontera norte en complicidad con la policía, las instituciones de migraciones, bandas de trata de blancas y delincuentes.
Este es el panorama que vemos todos los días en los noticieros y diarios, lo que oímos en la mañana, tarde y noche en casa, en el trabajo, en el transporte.
Lo mencionado anteriormente define a un Estado fallido. Fue en la década de los 90 del siglo pasado que se definió esta situación y que corresponde a Estados muy ineficientes e incapaces de proporcionar bienes públicos básicos y mantener el control institucional dentro de su territorio, constituyendo un riesgo para sus propios ciudadanos, para los países vecinos y para la comunidad internacional. Ejemplos de ello son países como Somalia, Angola, Ruanda, Haití y Afganistán, donde sus ciudadanos terminaron sumidos en la pobreza extrema, a merced de señores de la guerra, organizaciones criminales y de trata de blancas, grupos terroristas fundamentalistas, una total ausencia del Estado con altos niveles de corrupción de los gobernantes. Hasta hoy, estos países siguen en esa situación.
Sin embargo, ¿cómo se explica que nuestro país siga en pie? ¿Cómo se explica que no haya colapsado? La respuesta está en la economía. Sí, en el modelo económico. La supresión de reglamentos gubernamentales al mercado y precios han permitido ser la roca angular que sostiene al Perú a pesar del desastre político de los gobiernos que se han sucedido. No cabe duda que vivimos una relativa estabilidad económica a pesar de haber sido golpeados por la pandemia del COVID-19 y, a ello, sumar la inestabilidad política que llevó a desbordes sociales a inicios del año 2023. Este
statu quo económico se debe a que más del 80 % de los ingresos vía impuestos que recibe el Estado provienen de las empresas privadas que son la primera fuente de generación de riqueza y empleo formales. Esa es la razón que mantiene de pie al Perú y evita ser un Estado fallido.
Pero debemos ser conscientes de que la economía es la que viene soportado los efectos de la pandemia, la inestabilidad política y las revueltas sociales. Es una variable fuerte y, a la vez, sensible que sostiene al Perú ante el fracaso y el desprestigio de la clase política y la crisis en las instituciones públicas.
Sabiendo esto, se debe fortalecer el modelo económico mediante la reforma del Estado. Si no se hace esto, continuará el fracaso estatal al ejecutar una ineficiente redistribución de la riqueza que producen las empresas privadas y que debe reflejarse con carreteras, hospitales, colegios, servicios básicos de electricidad, agua y alcantarillado.
En este mundo globalizado, lo que sucede fuera nos afecta. Estamos ante una recesión y no sabemos cuánto tiempo podrá soportar nuestra economía siendo conscientes que es la variable que funge de roca angular y que hasta ahora ha evitado que seamos un Estado fallido.
