A través de los años, se ha revisado continuamente sobre el impacto que tienen las relaciones afectivas tempranas en los rasgos de personalidad. No es casualidad que las peculiaridades caracterológicas de los trastornos de esta variable tengan inicios en la vida temprana del sujeto afectado; ya sea una persona de comportamiento límite, psicótico o neurótico. Todas estas estructuras se gestan durante el periodo infantil y posteriormente se configuran con la suma de experiencias progresivas.
En tal sentido, es importante resaltar el rol protagónico que cumplen los padres o adultos significativos para el sujeto en formación. Cada adulto cuidador de un niño debe tener voluntad y responsabilidad para fomentar conductas adaptativas a la sociedad. Contrario a lo que muchos creen, el problema no solo se encuentra en la ausencia de los padres o cuidadores, sino también en la excesiva presencia de los mismos; claro está que la negligencia, la cual se acompaña de desinterés, desprotección y desatención, es una potencia en la formación de rasgos psicopatológicos.
Sin embargo, poco se dice sobre el excesivo amor, acompañado de un abuso en la atención y cumplimiento de las necesidades del niño, lo cual tiene influencia en la estructuración de rasgos narcisistas y antisociales, sobre todo en aquellas manifestaciones asociadas a la transgresión de normas y escasa empatía. Por otro lado, poco también se ha dicho sobre el involucramiento exagerado y la sobreexigencia parental, dos potenciadores de los rasgos neuróticos que, junto al desmedido amor, ingresan en lo que se denomina excesiva presencia.
Por ello, los adultos cuidadores deben equilibrar estos dos términos: la ausencia y la presencia, siendo importante no cometer demasía en ambos y basar sus vínculos en la protección, amor y disciplina a fin de fomentar rasgos adaptativos a nivel social y moral.
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