Hablar del Perú siempre ha sido alabar nuestra música, enaltecer nuestra gastronomía, decir que esta, es la mejor del mundo, etc. En resumidas cuentas, es maravilloso recordarnos, lo rico que se come en esta tierra, su peculiar mar de Grau que bordea la costa donde uno puede disfrutar de su coqueta marinera norteña, su deslumbrante arquitectura inca, donde además de apreciarla, se puede sentir emoción y misterio al recorrer estas maravillas ubicadas en los andes peruanos, para luego viajar hasta la selva y vivir experiencias inolvidables por la exótica Amazonía.
Sin embargo, cuando alguien hace una crítica del Perú, hay quienes olvidan todo lo bueno que tiene la tierra que los vio nacer, y pasan de ser los grandes adoradores de nuestro país, a convertirse en los críticos más extremos, llegando incluso a jugar a ser politólogos, economistas, legisladores, juristas, y hasta soñar con ser presidentes. Repitiendo de manera seguida la frase: “Si yo fuera presidente…”.
Todo esto, tanto el hablar bien del Perú, como criticarlo, refleja nuestra libertad de expresión, uno de nuestros derechos fundamentales que tiene cada peruano. Este derecho es una de las características principales de toda democracia. Con ella todos los peruanos podemos opinar de manera libre, sin el temor a una represalia tomada por el gobierno.
Estos beneficios, que tenemos con la libertad de expresión, no son aplicables en algunos países, pues en ellos este derecho ha sido vulnerado. En ellos la protestas o las críticas son censuradas con violencia.
El Perú no ha sido ajeno a esto, pues durante diferentes periodos de la historia nos hemos visto sumergidos en dictaduras que impedían a los peruanos hacer uso de su derecho a la libertad. Sin embargo, el compromiso, de todos, logró hacerse frente y hoy en día esa libertad sigue firme, permitiendo que cada uno de nosotros podamos expresar nuestro punto de vista en cuanto al arte, el gobierno, la danza, la economía e, incluso, la forma en cómo se desarrolla el sistema de justicia en nuestro país.
Asimismo, para poder entender mejor esto, y poder valorar de una manera más significativa nuestra democracia, es importante remontarnos a unos años atrás. Para muchos, el Perú comienza cuando don José de San Martín entonó aquellas palabras, que resuenan en nuestra mente, como un recuerdo vivo. “El Perú es, desde este momento, libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende”. Sin embargo, desde mi punto de vista el Perú tiene su inicio desde que se emitió la primera constitución, pues es a partir de ella que el Perú logra ser constituido como un país independiente, con un sistema de gobierno propio y con un Congreso que se encargaría de emitir leyes que beneficien a todos los peruanos.
En 1822, se instauró el primer Congreso Constituyente, el cual contaba con personajes reconocidos de esa época, tales como: Xavier de Luna Pizarro y José Faustino Sánchez Carrión. Este congreso tenía la noble misión de definir el futuro político que debía seguir el Perú. En ese momento existían dos posturas, la primera sostenía que el Perú debía seguir el modelo de Inglaterra y tener una Monarquía-Parlamentaria; mientras que otro grupo sostenía que lo mejor era un sistema presidencial, siguiendo el modelo estadounidense.
Al final se optó por el modelo presidencial, permitiéndonos de esta manera poder elegir, no solo a nuestros legisladores, sino también al presidente. Marcando el inicio para que aquella frase que mencioné anteriormente “si yo fuera presidente”, pueda ser cumplida por todo aquel peruano que amara a su patria y que desee gobernar de una manera honesta para que el Perú siga desarrollándose.
Por ello, cada nueva elección debemos convertirla en una oportunidad para enmendar nuestros errores, encontrar la verdad que nos permita avizorar un futuro próspero y seamos capaces de sumar al desarrollo sostenible con gobiernos líderes, que busquen el bien común y sean agentes de cambio que promuevan y fortalezcan la democracia.
La democracia fue un regalo otorgado por aquellos peruanos que tenían el sueño de un país libre y desarrollado. O como diría Vargas Llosa, “un país que llene de admiración y respeto al mundo entero”. Por tanto, no permitamos que nos ilustren el desarrollo de nuestro país con falsas promesas.
Por ese Perú que tanto anhelamos, recordemos el esfuerzo de todos los peruanos, renovemos nuestra identidad y el compromiso de trabajar por un mejor país, por una democracia más sólida, por una participación más activa de los jóvenes en la política y, sobre todo, por una cooperación mutua que nos permita ser un país más solidario.
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