Cuando se define qué es un arquitecto, a menudo se coincide que una habilidad categórica es la apreciación del arte, es más, el arte es el primer distintivo en la educación del arquitecto según el perfil de ingreso de las universidades peruanas.
En teoría, el concepto de “arte” se usa como filtro para aceptar estudiantes en las carreras como arquitectura, escultura, bellas artes, diseño digital, moda, etc.; y cuando uno define cuáles son las habilidades necesarias para que los estudiantes de arquitectura obtengan un título profesional, lo que se percibe es que dicha certificación se asienta y mide en variables e indicadores normativos, técnico y administrativos, como, por ejemplo: el grado de entendimiento sobre políticas y leyes, sobre sus conocimientos de los procesos constructivos, sobre el desempeño de los materiales, entre otros; pero rara vez esa certificación es validada por las capacidades artísticas que los estudiantes desarrollan más allá de un estilo en particular.
En la actualidad, la teoría indica que la instrucción de arquitectos según el perfil de admisión se acoge a las capacidades y habilidades artísticas que los estudiantes preparan previamente a su ingreso, sin embargo, parece ser que no hay un filtro eficaz, debido a las modalidades de admisión universitaria poco pertinentes, tanto en el sector público como privado.
Las ciudades peruanas, entre estas la ciudad de Tarapoto, todavía no pueden promover la presencia de arquitectos que lleven el concepto de arte como distintivo, un indicador que se relaciona naturalmente con una realidad acaparada por proyectos puramente comerciales y ultra normativos, que terminan siendo los ejemplos que, por lástima, se utilizan en la cátedra de las escuelas profesionales.
En Tarapoto han pasado más de 15 años desde el ingreso de las escuelas profesionales de arquitectura, y lo que vemos es la formulación de una problemática llamada "Arquitectos que carecen de habilidades artísticas”, por lo que es inevitable cuestionar si la relación entre lo que visualizamos en la ciudad, desde que existen escuelas de arquitectura, es inherente a la existencia de arquitectos con habilidades artísticas deficientes.
La imagen urbana y arquitectónica en Tarapoto indica una disminución de las capacidades artísticas de los estudiantes, debido a varios factores como la deficiente tecnificación en los planes de estudio universitario, la falta de apartados de exploración en la educación, la presencialidad ociosa en las aulas universitarias, la virtualidad fría y mal llevada, la proliferación de vulgaridad de las redes sociales, el interés de los estudiantes por lo superfluo y no por el contenido de valor, la procrastinación propia de la longeva adolescencia actual, así como de una adultez tardía e inmadura; todos estos factores de manera conjunta, han estimulado al estudiante a crear una conducta que más allá de las prácticas de acondicionamiento conceptual, han conllevado a una empresa difícil e incómoda de descifrar.
A menudo, cuando vemos la historia, y los grandes monumentos y esfuerzos por trascender el ideal humano y su pensamiento, vemos que la genialidad de los arquitectos está relacionada a la grandilocuencia de la búsqueda de la perfección física y espiritual, sin embargo en la actualidad muchas de esas experiencias se han perdido debido a las exigencias de una sociedad muy burocratizada, rigidizadas técnicamente de manera innecesaria, y que han parametrado la educación, promoviendo la facultación de arquitectos que solo desarrollan edificaciones y construcciones, y no obras de arte.
Por consiguiente, es necesario entender desde ya que el arte es necesario para opinar sobre la problemática de un lugar, que sirve para solucionar la insensibilidad del ser; que un arquitecto sin entendimiento del arte no puede producir monumentos ni perdurabilidad, y que el arquitecto que no consume arte no existe para su ciudad.
Los alumnos no producen arquitectura original, solo desarrollan propuestas con las malas costumbres del mandraqueo, que son incentivadas por sobrerregulaciones de sectores de la sociedad que juegan a los dados con la reputación del profesional local y de sus casas de estudio. Los aportes creativos de los estudiantes son extremadamente subjetivos e infantiles, cuya concreción de ideas no son óptimas hacia el entendimiento de una sociedad que es insensible a la exploración artística, y que está más cercana a la vacía velocidad administrativa.
Los estudiantes han perdido la capacidad de transformar ideas en materiales tangibles que se entiendan más allá de su valor económico o político. La arquitectura necesita del arte como una expresión fundamental para su formación, es un componente primordial en el tallado de los proyectos de edificación y del espacio urbano. La ciudad necesita la retórica del arte, necesita de la intimidad hacia la expresión creativa de los profesionales con el fin de crear obras de valor perdurable, validados por la imprimación individual y colectiva de sus ambiciones.
Los estudiantes de arquitectura tienen miedo a ensuciar el papel, quieren que siga siendo blanco, tienen reparos para explorar, sienten que es incorrecto, y siente que la cátedra los castiga por ser ellos mismos. Esto no debe ser así. La creación y revisión de la arquitectura en una propuesta debe ser sucia, intrincada y compleja para poder entender el sobreesfuerzo que implica el arte. La concepción debe ser un mecanismo cuyo trabajo sea libre, el fortalecimiento de las habilidades artísticas debe derivarse enérgicamente en la manipulación de materiales y en la prestación de la extrema atención al detalle, así como el consumo de arte dirigido a sensibilizar la búsqueda de identidad propia.
El respirar las más interesantes obras del mundo dota al estudiante de arquitectura de la cotidianidad para sensibilizarse sobre su propia necesidad en la urbe, situación que es relativamente sencilla para aquel estudiante que, al despertarse y abrir la ventana, puede ver un monumento de Gaudí o un museo con obras de Picasso, o que puede trabajar o desayunar junto a una obra de Le Corbusier. Esto no es fácil para una sociedad como la peruana, peor aún, para las provincias que son jóvenes en desarrollo, y donde la ilustración está pobremente descentralizada, quedando muchas veces solo la intención de revisar libros a falta de convivir. Todo es una contradicción, la idea de que los alumnos de Tarapoto puedan competir con estudiantes del extranjero es contradictorio, porque sus capacidades competenciales no son comparables, no son las mismas, el estudiante de arquitectura local y uno del extranjero no se educan con la misma historia.
Entonces, ¿cómo se explica la educación de arquitectos en Tarapoto? ¿Cómo se explica que están siendo educados sin arte, sin capacidad de asombrarse y sin arquitectura? ¿Cómo se explica una ciudad sin bondades culturales, sin una secuencia de reconocimientos relacionados a su belleza y funcionalidad?
Se explica no solo desde la universidad, sino desde la calidad de sus autoridades en cada sector, se explica desde la falta de conciencia individual y colectiva, y se explica que el estudiante de arquitectura “no puede generar arte porque no consume arte, y no consume arte porque no existe arte en su ciudad”.
La tendencia preocupa. Esta indica que los futuros arquitectos solamente estarán formados con el purismo normativo, que lastimosamente van a desarrollar una ciudad sin vida, sin cultura y con una deteriorada y desdibujada realidad que será compartida por los obtusos representantes del pueblo, y que perdurarán mostrando a las generaciones futuras la incapacidad de nuestra época.
Para solucionar la concentración de conocimiento innecesario en preparación de arquitectos, es vital el fortalecimiento de las capacidades artesanales, y de exploración esencialmente en la etapa de pregrado. No solo mediante la lectura de artículos de investigación, sino también en la generación de buenos hábitos de creación que puedan adherir a la inspiración y admiración por aquellas obras cuyas características puedan ser imitables y mejorables en una realidad como la de Tarapoto. El desarrollo de técnicas artísticas en paralelo con su formación técnica tiene que ser de pensamiento libre y sin pretensiones, buscando formar una nueva identidad, que sea compleja en el buen sentido, y no carente de vitalidad y originalidad.
Finalmente, se cierra esta crítica, dirigiéndose al arquitecto docente, que debe buscar en los alumnos la capacidad de asombro, que debe buscar la libertad de la expresión de sus instintos y raciocinios, y que debe inculcar la búsqueda del ser, del propósito de estar y trascender. El docente debe permitirle al estudiante crear su propia concepción del vivir y convivir, enseñando que es capaz de proyectar su ciudad con obras de perfección arquitectónica; no buscando educar a futuros burócratas y funcionarios flácidos de decisión y ética, si no que el educador debe entender que su rol en la educación universitaria no es un yacimiento mortecino de ideas, si no un espacio para desarrollar un futuro con gracia y belleza.
“La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte”. - Leonardo Da Vinci.
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