- El Premio Nobel de Literatura 2010 anunció su retiro del oficio literario que ha practicado por más de medio siglo. ¿Realmente colgará la máquina de escribir?
La noticia ha caído como una bomba en el campo letrado –y no tan letrado– de América Latina. Mario Vargas Llosa, último superviviente del Boom Latinoamericano, Premio Nobel de Literatura y adalid de lo que en su momento conceptualizó como la “novela total”, anunció su retiro de las letras tras la publicación del que sería su último libro y el cierre definitivo de una etapa histórica para la literatura escrita en español: un ensayo sobre el filósofo existencialista Jean Paul Sartre.
Al igual que sucedió con Philip Roth cuando colgó públicamente la máquina de escribir luego de
Némesis, las reacciones al respecto no se dieron a esperar. Primero, una sensación de incredulidad y de vacío como los minutos previos al desastre; luego, el caos absoluto representado a través de lamentos, alegrías, burlas, penas, indignaciones, festejos, insultos y alabanzas. Esta suma de oposiciones, al parecer, solo puede ser generada por la presencia de un grande, y ese grande, nos guste o no, es Mario Vargas Llosa, autor de al menos una decena de libros –entre ensayos y novelas– que no solo han cambiado para siempre la manera de escribir en el Perú, sino también las formas de leer y de concebir la literatura en general.
Con más de medio siglo de carrera (solo interrumpida por su candidatura presidencial en 1990) y con una obra que sobrepasa los sesenta volúmenes, Vargas Llosa clausura su trabajo de ficción con
Le dedico mi silencio, su próxima y última novela en todos los sentidos. Con ciertos guiños al
Doktor Faustus de Thomas Mann, el libro trata sobre un peruano que soñó un país unido por la música, pero que enloquece al querer escribir una publicación perfecta que cuente esta hazaña. En una entrevista con la Agencia EFE, el autor de
La ciudad y los perros señaló que terminó con el borrador de esta historia en Madrid, el 27 de abril del 2022. Y añadió: “Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré”.
A estas alturas atacar o celebrar a Mario Vargas Llosa se ha vuelto un deporte poco refinado. Es verdad que parece imposible pasar por alto sus excesos políticos o la contundencia de su figura como el último mohicano de la literatura hispanoamericana, y, por eso mismo, abrir contienda contra él o alabarlo se vuelve una operación fácil y de poco esfuerzo intelectual. Pero pese ello sorprende la insistencia de un lugar común que se ha vuelto el recurso favorito de muchos para despreciar a Vargas Llosa como escritor: el haber publicado libros irregulares luego de sus inmejorables novelas iniciáticas.
Resulta curioso ver cuando se buscan contraejemplos y se nombra a Juan Rulfo, a E.M. Foster, Franz Kafka o J. D. Salinger como narradores a los que les bastó dar lo mejor de sí en unos pocos libros para luego desaparecer del mapa dejando textos compactos que enriquecieron y renovaron sus propias tradiciones. Pero enfrentar a Vargas Llosa con estos autores es un ejercicio insostenible no solo porque parten de estirpes narrativas distintas, de familias literarias que no se comunican en ningún sentido, sino también por las búsquedas o ambiciones particulares de cada escritor. Sería interesante recordar, llegados a este punto, que el autor de
La guerra del fin del mundo no es un escritor de “libros”, sino de obra, de todo un summum narrativo que va más allá de una gran novela o de una novelita menor.
En
Literatura e ideología: el militarismo en las novelas de MVLL, Joseph Sommers apuntó que Vargas Llosa, a diferencia de muchos novelistas, no se ampara nunca en sus conocidas obras maestras ni las utiliza de referentes para escribir un trabajo nuevo, pues el nobel “huye de la fórmula mágica y le interesa reinventarse, pensando siempre en la construcción de una totalidad que no se representa a través de un libro –
Conversación en La Catedral o
La guerra del fin del mundo– sino de una obra compuesta por muchos libros al estilo de sus amados William Faulkner o Víctor Hugo”. En efecto, Vargas Llosa se emparenta mejor con esa clase de escritores que en la construcción de su obra consignan grandes caídas como grandes aciertos. Es el caso de Balzac con esa enormidad llamada La Comedia Humana, compuesta por más de cien libros con excepcionales prodigios como
Las ilusiones perdidas, Papá Goriot o
Piel de zapa y con lamentables bajones como
El mensaje o
La granadera. Es el caso también de Roberto Bolaño, otro autor de escritura frondosa que crece e intercomunica sus libros, deseando una totalidad, la construcción de un corpus a través obras maestras (
2666, Los detectives salvajes o
Estrella distante) y medianías como
Amuleto,
El gaucho insufrible o
El espíritu de la ciencia ficción. Es el caso también de Dickens, de Stephen King, de Carlos Fuentes, de Enrique Vila-Matas, de Dostoievsky, de Philip Roth, de Miguel Gutiérrez, de John Updike, de William T. Vollmann, etcétera. Cuando se nombra a estos novelistas se piensa inmediatamente en toda una literatura, no en sus mejores logros ni en sus peores deslices. Esa concepción literaria, me parece, domina el magisterio de Vargas Llosa con mano de hierro. Por supuesto hay variaciones, flujos y reflujos, extensiones, búsquedas constantes, desviaciones, ambivalencias y contradicciones. Pero al final todo confluye en el resultado de una milagrosa suma ontológica que pasará a la historia, se quiera o no, con la fuerza gravitacional de un planeta, el planeta Vargas Llosa.
Aunque el anuncio de su retiro parezca definitivo y nos siga sorprendiendo, es muy posible que el autor de
La casa verde continúe con su vicio, su dependencia, su incurable adicción, ya que después de toda una vida dedicándose a lo mismo, el síndrome de abstinencia promete ser fatal. Además, habría que recordar lo que declaró, hace algunos años, al enterarse de que el novelista colombiano Héctor Abad Faciolince había ratificado su decisión de no volver a escribir: “Nunca le crean a un escritor”. En ese sentido, y solo en ese, todavía hay Mario Vargas Llosa para rato.
Leyenda de la foto: Mario Vargas Llosa, a los 15 años, haciendo sus primeros trabajos de periodismo en el diario
La Crónica.
*Fuente fotográfica:
Diario El Peruano.