Los brazos de una madre siempre han sido el lugar más seguro donde cobijarte. Sentir el calor de su cuerpo junto al palpitar de su corazón nos daba la certeza de que nada malo podía pasarnos. El cariño de una madre suele ser el más sublime y desinteresado de todos los afectos existentes. Cuando un niño nace, no hay dolor comparado a alimentar con calostro al recién nacido; sin embargo, entre lágrimas, la madre primeriza acepta el dolor con mucho amor en su rostro, mientras lo observa.
Sin importar el tiempo, edad, condición o situación, las madres, sin dudarlo, darían su vida por evitarles sufrimiento a sus hijos. No obstante, ¿hasta cuándo somos privilegiados con ese dichoso e inmenso amor? ¿Es que acaso imaginamos en algún momento no poder sentir su presencia permanente cerca de nosotros? Para todos, nuestra madre es eterna, incluso cuando físicamente no la tengamos a nuestro lado, sabemos que donde ella se encuentre, sus oraciones y deseos siempre nos acompañan.
Solo quien ha perdido a su madre comprende el enorme vacío que queda en nuestra alma, al sentir como si nos arrancaran un pedazo de nuestro corazón al verla dormir para siempre. Ver sus manos surcadas por los años, aquellas manos que acariciaban nuestro cabello, que nos acomodó el cuello de la camisa, agregó comida en nuestro plato, a pesar de que no deseáramos más, diciendo: ¿A tu madre le vas a dejar su comida? Ese ser omnipresente seguirá caminando a nuestro lado por siempre. Secando nuestras lágrimas en silencio, cuando nos demos cuenta de que los años pasaron, los hijos se fueron y solo quedan los recuerdos de una vida mejor.
Cierras los ojos y solo el nudo en la garganta detiene el llanto al recordar que este año, al igual que anteriores, no podrás abrazarla y sentir ese abrazo cargado de amor, de comprensión, de un “te extraño” eterno, el único abrazo sincero que transmitía el amor a su máxima expresión, cálido y que jamás hubieras querido dejar de sentir.
Hoy te veo en el cielo con tu sonrisa cómplice, recuerdo tu aroma, acaricio tus manos mentalmente. Jamás olvidaré tu sazón impresa en mi comida favorita y cada detalle de amor puro que siempre me diste, sin yo valorarlo realmente.
Feliz día de la Madre al cielo, a todas las madres que, a pesar del plano astral donde estén, siempre se encuentran abrazando nuestra alma, en los momentos más difíciles, para, con ese abrazo eterno, decirnos que están presentes en nuestro corazón y para aquellas que aún nos honran con su presencia: ¡feliz día! Y perdón por no siempre decir cuánto las amamos y valoramos sus sacrificios y consejos pues, como ustedes ya saben, sin ustedes estamos perdidos así no lo reconozcamos.
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