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La abogacía no acepta la cobardía o el grito del silencio

Por: Universidad César Vallejo
octubre 14, 2022
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El ejercicio del Derecho no es una constante hipoteca de la deontología forense (ética). Esta última, cada vez venida a menos en las facultades y estudios jurídicos (pequeños, medianos o grandes). Y aunque es una afirmación de defensa y hasta cierto punto un acto de fe casi ciego, al día de hoy se constituye como una idea prescriptiva; un deber ser. En tanto que la corrupción se ha especializado desde el orden legal y político con la participación y ejercicio de la profesión del Derecho. Sí, muchos son los(as) abogados(as) que participan del crimen organizado de la corrupción, no de aquella que soborna únicamente, sino aquella que, de manera política, se fija objetivos para realizar las interferencias indebidas, haciendo del discurso criminológico una lucha por el poder en donde la verdad es la primera de las víctimas. Es innegable que el sistema penal se apoya –en gran parte– en sicarios intelectuales, teóricos de “grandes ligas” que producen volúmenes y libros para las nuevas generaciones, escribiendo sobre el deber ser de la justicia en su forma sustantiva y procesal, hasta el punto de la exitosa y excitante litigación oral. Libros y conferencias que se colocan en el mercado de la justicia, en el mejor de los casos; sirven para encubrir y, en otros, para justificar el crimen, la desgobernabilidad, el hambre y la miseria del pueblo. Ejercer la abogacía, en su forma de litigio, academia, docencia o asesor, implica reconocer responsabilidades, límites y fundamento en la ética. La abogacía en cualesquiera de sus expresiones no acepta la cobardía o el grito del silencio. El litigio como expresión diaria busca espacios reivindicativos, no selectivos de los vacíos del Derecho. La academia es un asunto muy serio, no es únicamente escribir; sino vivir como crítico del poder desde la lectura y la pluma visceral. Es inadmisible aceptar sin reparos aquellas conferencias “magistrales” como grandes académicos y juristas porque escribieron alguna columna en algún periódico de ayer o porque en sus manos está algún caso mediático, o porque la publicidad pagada pretende la verdad de cualidades intelectuales. La docencia es un amor del cual acepta la toxicidad, porque implica control diario de exigencia y no de mediocridad. Cultivar nuevos valores es amarse a uno mismo desde la coherencia y no preferir el suicidio intelectual. Muchas veces se ejerce la profesión legal buscando la impunidad, antes que comprender la condena por aquellos actos sociales degradantes de corrupción que rompen con miles de sueños de un pueblo de fe en la gobernabilidad transparente. Y es cierto que la defensa legal de una persona acusada de corrupción implica aquella relación no resuelta entre el poder económico y punitivo. Distinto, cuando se trata de un simple mortal que altera el orden público en los parques o aquel informal que es arrastrado por la fuerza del orden por contravenir la ordenanza del orden, la buena costumbre y la justicia.
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